Lo de Fallen Leaves es una de esas cosas raras que a veces pasa en el cine: una película muy peculiar, de uno de los directores más reconocidos y personales del cine europeo, se convierte en un fenómeno de crítica (se veía venir) pero también de público. Y decimos que es extraño porque Fallen Leaves no es la clase de película que te esperas (si no has oído hablar nunca de Aki Kaurismäki): hay personajes con cara de palo, hay escenas que parecen congeladas en el tiempo, hay belleza en mitad de una fábrica o una tasca de mala muerte, hay bandas de electro-rock cantando la tormenta que está teniendo lugar dentro del protagonista. Pero sobre todo, hay una historia sobre los únicos refugios posibles cuando te vienen mal dadas en la vida: el amor, la amistad y, sí, también el cine.
Puede que sus imágenes y sus tiempos te pillen desprevenidos pero no te asustes: si Fallen Leaves se ha convertido en una de las películas más recomendadas del año por los espectadores es porque, al final, es puro Chaplin. Y pocas cosas hay más cine que la emoción de Charlot.
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